Ya no había esperanza. La nada le llenaba las entrañas y el hambre ni la inmutaba. En dieciocho años su cuerpo y su mente habían sufrido más de lo que muchas personas sufren en cien. Su madre, y madre de siete hijos más, se iba apagando lentamente, ya no tenía luz en los ojos; su padre se fue hace tiempo en busca de mejor suerte y a ella misma le faltaba vigor. ¿Cómo puede un país “crecer” cuando sus habitantes siquiera pueden moverse por la falta de energía que provoca la desnutrición? Los niños sanos y bien alimentados, tienen seguridad, valor, creatividad. ¿Dónde estaban los médicos para mi hermano pequeño? –Se cuestionaba- ¿Acaso él, con cuatro años, merecía morir por una infección estomacal? ¿por una simple diarrea? Con rabia se preguntaba por qué no habían nacido en lo más alto de las colinas de Petionville, la zona más rica de Puerto Príncipe. Mansiones con agua corriente, con ¡piscina! ¿Quién o qué decide que algunas personas nazcan en lugares ricos, con posibilidades de empleo, acceso a la educación, a la sanidad, y otras lo hagan sin poder salir del círculo vicioso de la pobreza? Ese día estaba realmente enfadada con el quién o qué, enfadada con la nada, con el todo, impotente. Entonces, cerca de las cinco de la tarde, empezó el ruido ensordecedor, y milésimas de segundo después el temblor de la tierra. Se levantó como un resorte y, tambaleándose, corrió lo que pudo. Olvidó el hambre, el enfado y su pobreza, porque el instinto de supervivencia provocado por el poderoso terremoto era muy superior a todo lo demás. Salió como pudo de la chabola, gritando. El corazón se le salía del pecho. Lloraba. Fue un minuto interminable de destrucción y horror. El cuerpo de Rosie no dejaba de temblar. Volvió donde su gente vive. En el camino sólo encontró devastación y llanto. No quedaba nada en pie. El país más pobre de Latinoamérica se convirtió en noticia internacional en cuestión de minutos. La gente que mira la televisión comenzó a compadecerse de las víctimas porque la tele les decía que se compadecieran. Y de los bolsillos de todo el planeta empezó a salir dinero para ayudar a Haití. Rosie siguió preguntándose por qué nadie curó a su hermano. El agua y la sanidad ya eran problemas graves en Haití, con un 45% de la población sin acceso a agua limpia en 2009 y un 83% de la población total sin acceso a un sistema mejorado de sanidad. ¿Dónde estaba Rosie hasta hoy? ¿Dónde estaba Haití? Un terremoto ha hecho visible a Haití y a Rosie a través de los medios de comunicación. Ella tiene dieciocho años, es morena, mide metro setenta, tiene los ojos negros y ya piensa que no hay esperanza. Dentro de poco se convertirá de nuevo en la mujer invisible.