No ha pasado ni un mes desde el terremoto de Haití y ya casi están limpias las conciencias. Se ha aportado dinero, se han hecho conciertos solidarios, ITV´s solidarias, carreras solidarias. No sé si para exhibir la compasión o para alejar las desagradables imágenes de las televisiones que insisten en que la ayuda no llega, llega en malas condiciones o se distribuye inequitativamente. A todo esto, las débiles instituciones de Haití demuestran día sí, día también lo inoperante de su actuación.
Entretanto, en Machu Picchu (Perú) se están produciendo fuertes inundaciones y los turistas se encuentran atrapados en Aguas Calientes, el municipio a través del que se accede al santuario Inca, donde tuve la gran suerte de ir en octubre del año pasado. Es un lugar impresionante. Todo lo que diga no puede expresar la sensación de pequeñez que se tiene cuando se está allí. El cielo, inmenso, casi se puede tocar con las manos; las montañas son monstruos que acogen la bóveda celeste; los precipicios son tan profundos que su fin no se aprecia; la energía que rodea el lugar es abrumadora. Sólo he tenido una sensación similiar en La Amazonia ecuatoriana. Para acceder a Machu Picchu hay un servicio de autobuses ecológicos que parten del municipio Aguas Calientes. No pueden subir vehículos privados, así que para llegar arriba hay que pasar forzosamente por este pueblo. Recomiendan pasar allí la noche si quieres acceder a la cima de Huayna Picchu, porque las plazas son limitadas y se asignan por orden de llegada. Nosotros dormimos en un hotel allí.
Aguas Calientes es un lugar al que se accede prioritariamente en tren. Cuando llegas te encuentras con una gran pared de vegetación. No, no es una pared de vegetación, es una montaña tan alta que se antoja irreal y entonces te das cuenta de que estás en ceja de selva.
En este lugar, parece que los ladrones han robado las paredes de algunos edificios, así es el desorden urbanístico, así se muestra la pobreza en un lugar rico. El río baja con toda su furia y es atravesado por varios puentes. Justo a su lado, hay un mercado artesanal y la estación de ferrocarril que ahora están inundadas completamente.
Los turistas van a ser evacuados en helicópteros y volverán a su cómoda vida de rutinas occidentales que incluyen comer tres veces al día y una ducha diaria de agua caliente. Será algo para olvidar durante un tiempo y recordar, más adelante, como una aventura. Sin embargo, los habitantes de Aguas Calientes no tendrán tanta suerte. No quiero ni pensar en la cantidad de personas que habrán perdido todo, en los negocios y puestos destruidos bajo las aguas. No puedo dejar de pensar que yo estuve allí...
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